Cuando somos capaces de comprender y nombrar nuestras emociones, algo mágico sucede. El mero hecho de recnocerlas genera la posibilidad del cambio. Cuando no tenemos palabras para nuestros sentimientos, no solo carecemos de recursos lingüísticos. Nos falta la autoría de nuestras propias vidas.
El objetivo no es enseñar a los niños qué sentir o qué estrategia específica utilizar para la regulación; es convertirlos en ciudadanos atentos y en científicos de las emociones, con herramientas para recabar información y darle un ben uso.
… cuanto más sofistificados somos en nuestra capacidad para decir lo que sentimos, mayor es el control que ejercemos sobre nosotros mismos.
… los niños aprenden de las personas que aman, y que en este contexto el amor significa desear lo mejor par el otro, y ofrecer una atención activa a todos los aspectos del inidividuo.
… descubrimos que cuando observadores externos consideraban que el clima en el aula era cálido y reconfortante, los niños afirmaban sentir un vínculo mayor con su profesor, disminuían los problemas de conducta y las notas eran mejores.
“La enfermedad emocional consiste en evitar la realidad a cualquier precio. La salud emocional consiste en afrontar la realidad a cualquier precio”. M. Scott Peck
Este es un ejemplo procedente de un experiemnto realizado con empleados de una gran institución financiera… Los participantes que vieron vídeos de tres minutos con la idea “El estrés es positivo” tres veces a la semana manifestaron una reducción significativa en los síntomas de salud negativos y un aumento del rendimiento laboral en comparación con los que se expusieron a los vídeos cuyo tema era “El estrés es negativo”.
Según el profesor James Pennebaker, de la Universidad de Texas-Austin, guardar secretos puede enfermar a la gente. Pero cuando transformamos nuestras emociones y pensamientos en lenguaje, nuestra salud mejora, según revela su investigación.
La lección que yo aprendí fue que necesitaba ser más vulnerable expresando mis propios sentimientos con más frecuencia y a un número mayor de compañeros. Solo si actuaba así, ellosse sentirían legitimados para expresar lo que sentían ante mí. Tenía que aprender a desenvolverme con menos autoridad y más humanidad.
Puede no parecer trabajo en el sentido habitual, pero gestionar cuándo y cómo expresar emociones requiere un esfuerzo sostenido y nos desgasta, especialmente cuando existe un gran contraste entre lo que expresamos y lo que realmente sentimos. Pasado un tiempo, empieza a resultar natural suprimir nuestros verdaderos sentimientos y da un poco de miedo manifestarlos. La investigación demuestra que esta representación superficial produce desgaste, una menor satisfacción en el trabajo e incluso un aumento de la ansiedad y de la depresión.
Jason Moser escribió: “En esencia, creemos que referirnos a nosotros mismos en tercera persona nos hace pensar en nosotros de un modo similar a como pensamos en otras personas; el cerebro produce evidencias al respecto. Ello permite que los individuos logren cierta distancia psicológica en relación con sus experiencias, lo que suele resultar útil para regular las emociones”.
[Dirigiéndose a un grupo de padres para ver qué harían en la situación:] Imagina que soy tu hijo adolescente y que llego a casa tras haber fallado en la prueba de artes marciales. Entro en la cocina gritando y vociferando: “Te odio… Odio el hapkido… Nunca debía haberme presentado a la prueba, sabías que no estaba preparado pero me has obligado… No volveré a intentarlo. ¡Y mañana tampoco iré a la escuela!”
… nos detenemos en lo que dicen los padres con grandes habilidades emocionales:
“Es comprensible. Lo entiendo y me sabe fatal. ¿Qué tal si damos un paseo y hablamos?”.
“Párate un segundo y respira hondo. Sé que estás muy molesto.”
“Deja que te dé un abrazo.”
“Parece que necesitas un poco de tiempo para tranquilizarte. ¿Te parece bien ir a tu cuarto unos minutos y lo hablamos durante la cena?”.