Encuentra un lugar tranquilo para meditar y siéntate cómodamente en una postura que puedas mantener durante la práctica. Puedes sentarte en una silla, en el suelo con las piernas cruzadas o en cualquier posición que te resulte cómoda. Cierra los ojos o baja la mirada, sin enfocar la vista en nada en particular.
Comienza centrándote en tu respiración. Respira de manera natural y observa cómo entra y sale el aire de tu cuerpo. Haz esto durante unos minutos para calmar y enfocar la mente.
Ahora, dirige tu atención hacia la naturaleza impermanente de las cosas. Puedes comenzar reflexionando sobre los cambios físicos que ocurren en tu cuerpo y en el mundo que te rodea, como el envejecimiento, el crecimiento de las plantas y la erosión de las montañas.
Luego, amplía tu contemplación para incluir la naturaleza cambiante de tus emociones y pensamientos. Observa cómo surgen y desaparecen, sin permanecer estáticos ni ser permanentes.
Reflexiona sobre cómo todas las cosas, tanto agradables como desagradables, son temporales e inestables. Puedes recordar momentos felices que ya pasaron, así como situaciones difíciles que se han resuelto.
A medida que reflexionas sobre la impermanencia, trata de mantener una actitud de ecuanimidad y aceptación hacia tus experiencias. Reconoce que todas las cosas cambian y que, en última instancia, no puedes aferrarte a nada.
Si surgen emociones durante la práctica, simplemente obsérvalas y permite que sigan su curso, recordando que también son impermanentes y cambiantes.
Para finalizar la práctica, vuelve a centrar tu atención en la respiración durante unos minutos. Luego, abre los ojos y reflexiona sobre cómo puedes llevar la comprensión de la impermanencia a tu vida cotidiana, soltando el apego a las emociones negativas y abordando las situaciones con una actitud más abierta y adaptable.